sábado, 18 de mayo de 2013

Tercera Edad

El congelado sobre todo se paseaba por el helado paisaje, la lluvia, la neblina, entre profundas aglomeraciones de colores grises y opacos.
Urbano paisaje de un tres de julio. La tarde era más fría y tétrica que de costumbre, al menos para esa fecha. Al cruzar la calle el único dueño del gabán más elegante quedo plasmado al mirar un anciano sentado tímidamente sobre un banco, un melancólico asiento que soporta el peso de aquel cuerpo ya marginado, una mirada que denota profunda espera, aquella que se hace cada vez,(plus grande et plus vaste solitaire) No se escuchan pero están, ahí sentados en lo gris, en las sombras, sin calor, sin abrigos para el alma, para la esencia que es casi tan pura como la de un bebe recién nacido, el vestigio de diferencia se encuentra en la erosión que con el tiempo sufre la constancia de la vida, ese desgaste constante que ocasiona el dolor, la felicidad. El inmenso grupo de sentimientos que se experimentan con el transcurrir de los días de las horas y del tan nombrado tiempo.
El hombre de tan curioso abrigo se le acerco, sin dejar de invocarlo con la mirada y con cierta sutileza dijo – Disculpe buen hombre, ¿me regalaría el placer de contarme lo que tiene para decir?
El viejo con la mirada moribunda asintió con la cabeza, dejando caer en sus piernas las palmas que rodeaban sus mejillas, sacándose así la tan pesada mochila que con los minutos se llena.


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